El doctor Jaime Robledo, jefe de la Unidad de Bacteriología y Microbacterias de la CIB, lleva 43 años en la Corporación cultivando una significativa trayectoria académica. A finales de los años setenta, siendo un estudiante de cuarto semestre de la UPB explorando caminos posibles, llegó al Hospital Pablo Tobón Uribe donde recién estaba instalada la CIB incentivando proyectos de investigación. El encuentro con la doctora Ángela Restrepo, directora general y científica, definió gran parte de su historia vital. La CIB, un espacio que siempre ha habitado con sentido de pertenencia tiene hoy la esencia de noción de casa, una casa edificada con el más fiel de los propósitos: la formación continua de estudiantes aún en medio de un panorama desalentador para el desarrollo de la investigación en el país; una labor compleja, pero con un retorno importante.
“Es una apuesta por el conocimiento, el conocimiento te da capacidad de entender e interpretar la realidad o de idear nuevas realidades”, expresa el doctor Robledo en su oficina, donde sobresalen sus libros y tres imágenes curiosas para el transeúnte que pasa esporádicamente a saludar: Albert Einstein, Louis Pasteur y Martin Luther King con la célebre frase “I have a dream”.
En esta casa donde se han enraizado los recuerdos, escenas de la cotidianidad con sus practicantes se rememoran y no traen más que la satisfacción del aprendizaje en medio de la risa. Ha quedado para la historia la médica que estuvo en rotación con la unidad que recorrió incansablemente los laboratorios buscando una máquina centrífuga con luz ultravioleta convencida de su existencia. “Doctor Robledo, nadie tiene ese equipo, pero todos están sorprendidos de que en la CIB posiblemente haya uno”.
Aún hoy un cariño de la doctora Ángela Restrepo lo sobrecoge cuando sigue expresándole por casi cuarenta años con sutileza que se quite la barba, pero ese capítulo hace parte de otra historia que se tejió en el Amazonas durante su año rural. Un viaje de experiencias trascendentales en contacto con la cultura Uitoto, un pueblo indígena que sufrió como ningún otro las consecuencias de la guerra por el caucho en el sur del país. La estadía allí, en las inmediaciones del río Putumayo y Paraná, posibilitó una apertura, otro tipo de sensibilidad con la que contemplar perspectivas diferentes de la medicina desde la ciencia y las prácticas mágico-religiosas. La barba de Robledo, su rasgo físico más característico, hace evidente su presencia mientras camina con paso sereno por las instalaciones de la CIB. Cuando se le contempla de lejos no queda más que advertir que ahí va uno de los nuestros, uno de los tantos que han permanecido con la más digna de las entregas.
Elaborado por: Andrea Martínez