En la fotografía, de izquierda a derecha, el Dr. Juan Guillermo Mcewen, el Dr. Rafael Arango y el Dr. Jaime Robledo.
El Dr. Juan Guillermo McEwen, quien dio inicio a la Unidad de Biología Celular y Molecular en 1991, no tiene certeza de la existencia de Dios ni de su no existencia. Como investigador, se preocupa por los asuntos terrenales. Dice ser católico no practicante, encontrando solo en la meditación la más profunda conexión con su espiritualidad. La religión se la concede a su hermano gemelo, monje de la Congregación de los Hermanos Maristas, quien trabajó varios años en África hasta el brote epidémico del Ébola que lo hizo residir en Beirut, capital de Líbano. “Mi hermano es el que reza por los dos”, expresa el Dr. McEwen.
Su vinculación a la Corporación se remonta al año 1980, cuando la CIB desarrollaba sus actividades en el octavo piso del Hospital Pablo Tobón Uribe. Siendo estudiante de sexto semestre de Medicina de la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín, participó en el Club de Revistas de Inmunología del Dr. William Rojas, uno de los más prestigiosos médicos internista de la ciudad, futuro director general y científico de la CIB. El Club de Revistas se reunía para entonces en la oficina de la Dra. Ángela Restrepo, un espacio que contaba con una valiosa colección de libros de microbiología que el Dr. McEwen revisaba después de las reuniones. La invitación por parte de la doctora a trabajar en el laboratorio como estudiante, fue el comienzo de una historia cuya temporalidad se extiende hoy por cuatro décadas.
Consagró su tiempo a trabajar en la CIB toda la semana con solicitud desmedida, involucrándose cada vez más hasta formalizar tres meses de internado y un año de práctica rural. Durante ocho meses, además, estuvo de intercambio en la Universidad de Stanford en California, una de las diez mejores universidades del mundo. El trabajo exhaustivo que le demandó el estudio del hongo Paracoccidiodes spp. dio como resultado su primera publicación en dicho campo. Sin perder contacto con la CIB, en 1986 viajó finalmente a Medio Oriente a realizar estudios de doctorado en Biología Molecular en el Instituto Weizmann de la ciudad de Rejovot. “La mayoría de nosotros salió a hacer su doctorado y regresó en la década de los noventa, en ese tiempo no había doctorados de ciencias básicas o médicas en Colombia”, recuerda el Dr. McEwen.
En 1991 regresó al país y empezó a trabajar con la Dra. Ángela Restrepo en la búsqueda del hábitat del hongo Paracoccidiodes spp. usando PCR (Polymerase Chanin Reaction), lo que posibilitó encontrar novedades en el aprendizaje de técnicas para clonar genes que fueron útiles para el diagnóstico de esta micosis. La historia seguía su curso y el Dr. McEwen asistió al nacimiento de la Unidad de Biología Celular y Molecular, la cual dirigió por 27 años. La primera integrante del grupo fue la microbióloga Ana María García.
En 1994 ingresó el Dr. Dagnover Aristizábal, quien comenzó la línea de Cardiología Molecular con énfasis en el estudio de la Hipertensión Arterial Esencial (HTA). De igual modo, en 1996 el Dr. Juan Manuel Anaya creó la sección de Reumatología para estudiar particularmente el Síndrome de Sjögren, la Artritis reumatoidea y el Lupus eritematoso; en el 2003 se fusionó con la Unidad de Biología Molecular pasando a llamarse Unidad de Biología Celular e Inmunogenética, hasta que el Dr. Anaya se trasladó a Bogotá para trabajar en la Universidad del Rosario. En el 2010 El Dr. Oliver K. Clay se vinculó a la Unidad y conformó la línea de Bioinformática que ha sido muy exitosa, destacándose tanto a nivel de publicaciones como en la formación de estudiantes.
En el 2019, finalmente, la dirección pasó al Dr. Orville Hernández, investigador de la Unidad cuya formación tuvo cabida en el grupo durante varios años como estudiante. El grupo se ha destacado hasta hoy en la tecnología de manipulación de genes, ha sido desde sus inicios de gran importancia para las demás unidades al desarrollar muchas de las técnicas moleculares y ha incentivado la formación de múltiples investigadores tanto en doctorado como en maestría.
Cuarenta años de recorrido en la CIB le han permito al Dr. McEwen testimoniar profundas crisis económicas, que por fortuna han podido subsanarse. Recuerda la crisis de 1995 que surgió justo después de la construcción de la nueva sede, en donde la CIB adeudaba a diferentes entidades financieras alrededor de mil cuatrocientos millones de pesos. Manifiesta con entusiasmo que la mayor parte de la camada de investigadores que empezó en los años ochenta, fueron alumnos de la escuela de la Dra. Ángela Restrepo y del Dr. William Rojas. La Dra. Ángela Restrepo trabajó los primeros cuatro años sin ningún salario, concentrando todos sus esfuerzos en tratar de sostener el laboratorio; por otra parte, el Dr. William Rojas cerró su consultorio en la crisis de 1995 para ponerse a la cabeza de la CIB, dedicándose exclusivamente a la dirección de la Corporación y el Fondo Editorial para tratar de sacar la Corporación de aquellos tiempos tan amenazantes y oscuros.
“Los que fuimos llegando aprendimos de esa escuela tratando de hacer investigación con dificultades, muchas veces con las uñas; aunque fuera muy poco, tratábamos de ir avanzando. Esa escuela fue muy importante, es una impronta que tenemos y que hemos mantenido, un sentido de pertenencia por la institución donde lo importante realmente ha sido mantener ese sueño de la Dra. Ángela Restrepo, que por más de cuarenta años fue el alma de la institución”, señala.
Si se decide pasar la hoja para encontrar historias más amables, de las ocurrencias de años pasados ha quedado en su memoria anécdotas con la Dra. Ángela Restrepo, a quien aún considera como una madre tanto en el aspecto personal como académico. “La preocupación de una mamá es conseguirle una buena novia a sus hijos, de cierta forma tenía una actitud muy casamentera. Recuerdo que cuando empecé de estudiante en la CIB, más los dos años siguientes que me quedé como investigador en su grupo, trataba de buscarme todas las posibles candidatas. En ese momento había tomado la decisión de hacer un doctorado e iba a ser casi imposible si me involucraba afectivamente, entonces me decía que yo era muy liso”, cuenta en medio de la risa.
Si nos adentramos en la vida íntima del Dr. McEwen, encontramos que tiene interés por muchas otras áreas. Manifiesta que lee con fervor historia, novelas históricas, novelas de suspenso y ciencia ficción. En su tiempo libre cocina y, al igual que el Dr. Jaime Robledo, hace cerveza. En sus tiempos de juventud escalaba tanto en hielo como en roca, durante su viaje a Israel escaló paredes que están entre los ochocientos y los mil metros de altura, entre esas las del Sinaí, lugar célebre por sus referencias en escritos bíblicos. En su oficina no solo descansan libros académicos, una secreta colección de más de sesenta mil audiobooks lo acompañan para convertir el tiempo libre en ocio, anota que puede escuchar de dos a tres libros por semana gracias a los trancones de la ciudad. “Voy a necesitar varias reencarnaciones para escucharlos todos”, agrega concluyendo la conversación.
Elaborado por: Andrea Martínez