Es posible concebir la infancia como un campo abonado donde nuestras virtudes crecen silvestres. Cuando retornamos a esos años donde los más nimio no pasa desapercibido y nuestra curiosidad hace valorar cada mínimo suceso, podemos tratar de identificar los signos de una pasión que ha justificado cada segundo de nuestra existencia. Adentrarnos en la historia más íntima de la Dra. Luz Elena Cano, a quien cariñosamente nombramos Dra. Lula, líder del grupo de investigación de Micología médica y experimental, significa volver a la inocencia para advertir que interesarnos en las cosas pequeñas nos ha conducido a grandes cosas. Su interés por la microbiología surgió a los nueve años cuando a su hermano —siendo un estudiante de Medicina—le regalaron un microscopio que venía con placas de tejidos vegetales; su amor se intensificó cuando, a su vez, percibió microorganismos moviéndose en el agua contenida de los floreros de su casa. Un mundo nuevo y complejo en su minúscula belleza.
La pregunta insistente por cómo un microrganismo podía causar la enfermedad o la muerte de un ser humano fue decisiva para emprender un camino por la ciencia. En 1972 ingresó a la Universidad de Antioquia a estudiar una Técnica de Laboratorio Clínico y a especializarse en Bacteriología y Laboratorio Clínico. Egresó en 1977 y trabajó durante seis meses en el Laboratorio Clínico La Paz revisando rutinariamente los exámenes del Instituto del Tórax. Sin conocer a la CIB y solo escuchando la experiencia de una amiga que trabajaba en su momento con la Dra. Ángela Restrepo, decidió tocar puertas para garantizarse una experiencia más pasional en su ejercicio profesional. La Dra. Lula se insertó en la historia de la CIB cuando esta se encontraba en un periodo de transición entre finales de 1977 y principios de 1978, justo cuando nuestra incipiente corporación había dejado de operar en el Laboratorio Departamental para laborar en el octavo piso del Hospital Pablo Tobón Uribe.
“Creo que la Dra. Ángela Restrepo, que había sido mi profesora en la universidad, me puso a prueba durante el primer proyecto que duró alrededor de dos años. Tenía que definir cuál era el método de digestión de esputos para recuperar hongos y definir cuáles eran los medios de cultivo ¡El material para trabajar era impresionante! Tenía que probar tres sistemas de digestión y seis medios de cultivo con cinco hongos distintos”, recuerda la Dra. Lula. En el Laboratorio Departamental le recogían todas las muestras que eran negativas para tuberculosis, debía introducirlas en una licuadora hasta tener homogenizado todo para, posteriormente, repartirlas en tubos. De este trabajo que evidenció su compromiso con la investigación, salió su primera publicación, un método que hasta hoy tiene vigencia. De allí en adelante la historia de la Dra.
Lula tuvo como escenario vital los laboratorios de la CIB, de esta primera experiencia surgieron más proyectos liderados por la Dra. Ángela Restrepo y, luego, por la Dra. Lula; cuando en febrero de 1991 se le otorgó una beca para estudiar durante cinco años en la ciudad de São Paulo, Brasil. Del viaje, irrumpe en su memoria un patólogo, muy famoso del país, que alguna vez le dictó clases y que en algún momento le dejó como legado la definición más precisa de su personalidad: “Usted tiene alma de poeta y sensibilidad de músico”, un mensaje que la acompaña todos los días en su escritorio de trabajo.
“Siempre he encontrado un por qué y un para qué, no ha habido un solo día perdido en la CIB”, expresa la Dra. Lula, cuyo sobrenombre nos inquieta como si fuera una historia que nos adeudara desde hace mucho tiempo, pero que es más sencilla de lo que pensamos: siendo la quinta de siete hijos recibió el apodo por parte de su hermano menor, quien apenas pronunciaba sus primeras palabras. Muchos de los estudiantes han llegado a la oficina de la Dra. Lula preguntando por “una tal Luz Elena” y hasta ella se sorprende, pues no está acostumbrada a la formalidad de su nombre que a veces percibe en “forma de regaño”. Si quisiéramos develar un secreto de la doctora, dejamos plasmado aquí que ama las mariposas, que le sorprende el proceso de metamorfosis y lo concibe como una metáfora cuyo significado es trascendentalmente humano: “A veces veo una persona, creo una imagen parcializada y la dejo estática, pero una persona se puede transformar en su interior para develarnos cosas maravillosas”.
Elaborado por: Andrea Martínez