La bacterióloga Elsa Zapata, investigadora de la Unidad de Bacteriología y Micobacterias, lleva 31 años construyendo una significativa historia en la CIB. Su llegada a la Corporación se debe, ante todo, a un sorpresivo movimiento del azar que definió dos aspectos esenciales en su vida: el despliegue de su profesión y la promesa de un amor que hoy se sostiene tras 23 años de cuidado desmedido y entrega. En el breve recuento de sus memorias, en el que se sobreponen imágenes entrañables, solo nos queda adoptar una actitud reflexiva para advertir lo siguiente: alguien teje cuidadosamente los hilos del destino para mostrarnos caminos que conducen al encuentro con la verdadera fortuna.
Siendo una estudiante de Bacteriología y Laboratorio Clínico de la Institución Universitaria Colegio Mayor de Antioquia, llegó a la CIB a cumplir con su última rotación por asignación fortuita de la universidad. La Corporación para Investigaciones Biológicas gozaba para entonces de gran prestigio en el medio y se desdibujaba como un sueño lejano e inalcanzable en sus primeros años de formación. Ante la noticia que alimentaba el deseo de lograr un importante alcance como practicante en una de las entidades más acreditadas de la ciudad, entregó todo de sí para continuar allí su año rural y seguir aprendiendo de la mano de grandes profesionales como la Dra. Ángela Restrepo, el Dr. William Rojas, el Dr. Hugo Trujillo y el Dr. Marcos Restrepo, a quienes aprecia y recuerda con agradecimiento profundo.
Durante estos años no solo recorrió el octavo piso del Hospital Pablo Tobón Uribe, donde por tanto tiempo la CIB pudo gestionar sus proyectos de investigación; también hizo presencia en el Instituto de Medicina Tropical ubicado en el segundo piso, donde se hacía ronda clínica todos los viernes en la mañana para atender pacientes con patologías tropicales (malaria o leishmaniasis, por ejemplo). A medida que experimentaba el gozo de un aprendizaje continuo, tuvo la oportunidad de rotar por varias unidades de la Corporación que dejaron de existir con el tiempo pero que le otorgaron valiosas experiencias, las cuales considera su mayor riqueza.
“Trabajé en la Unidad de Inmunología, que nació gracias a los esfuerzos de la Dra. Fabiola Montoya; en la Unidad de Farmacología Clínica, donde conocí a la Dra. María Isabel Múnera; y por Virología y Parasitología. En esta última conocí al Dr. Marcos Restrepo, a quien le debo no solo la posibilidad de llevar a cabo mi año rural, también mi permanencia en la CIB, gracias a él continúo en la Corporación. De cada una de esas personas me llevo la mejor experiencia, son personas maravillosas con las que pude formarme personal y académicamente. En este momento tengo la fortuna de contar con el Dr. Jaime Robledo y la Dra. Gloria Isabel Mejía, quienes continúan apoyando y estimulando los proyectos”, expresa.
La profesional Elsa Zapata guarda sus recuerdos con la delicadeza que demandan las cosas más preciadas. Aún valora los detalles de la Dra. Ángela Restrepo, quien nunca pasó desapercibida una fecha importante; también la curiosidad del Dr. William Rojas, para quien el conocimiento es un vasto territorio aún por explorar. “Me tocó una época muy especial, los tuve a todos juntos en la CIB. Había muchos espacios académicos, existió siempre la posibilidad de asistir a diferentes clubes de revistas y seminarios, constantemente estábamos aprendiendo. ¿Qué me une a la Corporación? La parte académica indudablemente, pero ellos se convirtieron en mi segunda familia”, manifiesta.
Pese a la amenaza constante de profundas crisis económicas Elsa Zapata, como muchos otros investigadores, tomó la decisión irrenunciable de persistir. La poca remuneración a la que se vio expuesta durante periodos que anunciaban profundo oscurantismo para el desarrollo de las ciencias biológicas en el país, no significó un cambio desfavorable para su vida laboral. “Recibí una formación ética y profesional, siempre estaba dispuesta a apoyar. Nos tocaron crisis duras, donde uno tenía que aportar desde su resistencia personal. Era, sobre todo, un llamado a la paciencia. Sabíamos que no éramos los mejores económicamente remunerados, pero teníamos muchas compensaciones imposibles de equiparar con el asunto monetario. Era el gusto por lo académico y la preocupación por lo humano lo que apaciguaba las dificultades”, opina.
En este mundo cálido del pasado al que retornamos, toman fuerza las evocaciones de una persona en especial con la que escribió uno de los capítulos más significativos de su historia: “Alguien llegó de Bogotá a trabajar en la Unidad de Control Biológico, trabajaba con el Dr. William Rojas y el Dr. Sergio Orduz, nos conocimos y finalmente nos casamos, llevamos 23 años juntos y tenemos un hermoso hijo que se llama David”. Hoy la bacterióloga Elsa Zapata se abandona al gusto de caminar para contemplar con deleite la naturaleza. Ama las plantas y ama a Apolo, su Bulldog francés. Quien haya leído este breve relato se dará cuenta que hay un placer indefinible en saborear aquellos mínimos sucesos que se encuentran llenos de discreto misterio. A la final, somos péndulos suspendidos que señalan irremediablemente hacia el centro que los atrae, pareciera que todos nuestros movimientos nos llevaran imperceptiblemente a recuperar la línea que traza nuestro propio destino.
Elaborado por: Andrea Martínez